miércoles, 27 de mayo de 2020

La sangre de Cuellar

En varias ocasiones hemos visto esta foto de Tomás Cuellar, saliendo por la boca del túnel. Pero, ¿por qué tenía ese gran apósito en la nariz? Repasemos esa historia.



30/6/1968. Belgrano recibe a Las Palmas en Alberdi. En el transcurso del primer tiempo, un jugador rival, Orlando Chiatti, agrede con un codazo a Cuellar. El árbitro, Julio Mora, expulsa por error a Héctor Scurti.


Tras recibir ese golpe severo, Cuellar cae desvanecido al suelo. Los médicos ingresan con urgencia a asistirlo, retirándolo de la cancha con todo el rostro ensangrentado. Se enciende una luz de alarma entre los presentes.


Eran años sin celulares. No existía la inmediatez de las redes sociales ni los medios de comunicación que existen ahora. Solo un relator que anuncia por la radio: “Han retirado a Tomás Cuellar bañado en sangre, quien estaría sufriendo una conmoción cerebral”.


Tras escuchar la noticia por la radio, Tomás Cuellar padre –se llamaba igual que Tito –  sale de su casa desesperado rumbo a Arturo Orgaz al 500. Un manto de angustia e incertidumbre lo invade por lo que acaba de pasar a su hijo.


Al llegar al Gigante se produce el encuentro entre ambos. Los dos Tomás Cuellar –padre e hijo- se funden en un abrazo emocionante en el vestuario celeste. El capitán ha sufrido una quebradura de tabique nasal, pero se encuentra consciente y estable. Lo peor ya pasó.


Lo que ningún espectador espera es lo que termina ocurriendo: Cuellar, con su temperamento inquebrantable, aparece de nuevo por la boca del túnel: con la nariz rota y parchada, dispuesto a jugar el segundo tiempo. Sale el Patrón a la cancha y explota otra vez el estadio de Alberdi.


La jornada  termina con Belgrano venciendo 3-0 a Las Palmas. “Y allí estuvo sin duda la demostración de que la ‘sangre’ de Cuellar es ´celeste´”, publica el La Voz del Interior, como se ve en el recorte aportado por Gustavo Farías.


Dos semanas después, una vez desinflamada su nariz y con el triunfo asegurado, el caudillo sería operado, dando fin a uno de los tantos capítulos que evidencian la pasión con la que vestía la camiseta de Belgrano.
324 batallas de corazón sin igual.

Inolvidable. Entrañable. Tomás Rodolfo “Tito” Cuellar. Símbolo histórico del Club Atlético Belgrano. Siempre estarás presente.

El adiós a Oscar Díaz... una vida a lo Belgrano



Los clubes son como las personas.
Tienen corazón.
El corazón de los clubes, sin duda, es la utilería.

Por la utilería pasa absolutamente todo. El utilero tiene que proveer a los jugadores de ropa, obviamente, esa es su función. Pero es mucho más.

Es padre. es madre.
Es el confidente.
Es el psicólogo.
Es el que da consejos.
El que contiene.
El que te recibe bien temprano con el mate.
El que te consuela.
El que se alegra en las buenas.
El que te presta el hombro para que llores en un vestuario desierto.

Un utilero es mucho más que un utilero: es el corazón del club.
El que maneja esa habitación que está pegada al vestuario.
el que mide el termómetro anímico de cualquier plantel.

Oscar Díaz llegó a Belgrano en 1979.
Venía de Racing de Nueva Italia; ahí trabajaba con la figura Román, que terminó de utilero en Talleres. Cosas del destino. siguieron siendo grandes amigos.

Imposible imaginar lo que sería el club en 1979. Lo que es seguro es que no sería un buen momento. Un club completamente distinto a lo que vemos ahora. Y ahí llegaba el Chino a hacerse cargo de la utilería. Hasta hoy... 41 años después.

Una vida dedicada a Belgrano.

Vio pasar a todos... jugadores, técnicos y dirigentes.
Charlar con él era un placer.
Una vez dijo; "Yo me doy cuenta si un pibe va a triunfar o no, por las actitudes que tiene una semana antes de debutar". No erraba nunca.

Tenía debilidad por algunos. Su compañera también. Se les quebraba la voz cuando recordaban a la Chacha villagra... Se lleva un montón de recuerdos.

Vio pasar en primera persona los últimos cuarenta años del club. Nadie tuvo ese privilegio.

Se apaga el corazón del club.
Su familia seguirá el legado.

Hasta siempre, Chino.
Viviste tu vida a lo Belgrano.

lunes, 26 de marzo de 2018

Pómulos

#8M Por Pablo Iván

A lo largo de más de un siglo, pasaron alrededor de mil jugadores por Belgrano. Algunos de ellos bautizados según determinado rasgo físico: Cabezón Cuellar, Diente Ragg, Oreja Suárez, Bocón Torres, etcétera. Incluso los hay afuera del césped, como es el caso de Ojito, el  señor que riega la cancha.

Nunca antes, hasta esta noche, me había percatado de que no existió un solo jugador al que apodasen “Pómulo”; algo que acabo de corroborar por teléfono con el historiador Gustavo Farías.

El primero que se me vino a la cabeza es Elizendo Altamirano: un half derecho que jugó entre 1946 y 1949, cuyo mote era “Boquita”. No fue un gran virtuoso, pero sobresalía por tener un parche en el pómulo derecho, como evidencian las fotografías de la época.

¿Qué había detrás de aquel apósito facial? ¿Tal vez una verruga, una herida sin cicatrizar, un tercer ojo? Decidí acudir a Farías hace instantes, para evacuar la duda: “Tenía un agujero y siempre jugó con el parche.  Tengo la foto con que se registró en la Liga, siendo niño, y ya tenía la cara torcida”.

Elizendo Altamirano. El parche en el pómulo.

Dicen que a la historia la fueron escribiendo los vencedores; pero además, vale decirlo, la fueron escribiendo los varones. Basta, en este caso, con repasar la Enciclopedia Viejo y Glorioso Belgrano para encontrar escasas apariciones femeninas: Rosario Soria, por supuesto, la hermana del Negro Dellavalle en una foto familiar, madres reunidas en algún evento solidario, y poco más, en un Club con evidente predominio masculino.

Con el paso del tiempo, las conquistas y los cambios culturales, quienes investigamos tendremos que comenzar a dedicarles páginas a las mujeres. La aparición del Fútbol Femenino en la vida del CAB, por ejemplo, puede servir de puntapié en las actualizaciones.

Un día de estos, voy a contarles la historia de Mariana Sánchez. Jugadora de cachetes abultados. Apasionada por el fútbol. Enamorada de la camiseta. Autora de goles claves y múltiples vueltas olímpicas. Esa que algunos se atreven a llamar Gladiadora de Alberdi. La primera y única “Pómulo” (todavía no incluida) en el glosario celeste. 


Mariana Sánchez. La primera y única Pómulo.

lunes, 3 de abril de 2017

¿Te acordás de...Palito Manrique?

El hijo del viento.

lunes, 23 de enero de 2017

Sonja Graf: jugadora A Lo Belgrano

Por Pablo Iván


La historia de Belgrano es de lucha, de los que luchan, inserta de manera intrínseca con la de barrio Alberdi. Algo que se evidencia en las acciones, en la idiosincrasia, en la cultura que allí subyace, y que día a día seguimos alimentando, para darle sentido de pertenencia e identidad a lo que definimos A lo Belgrano. Algo que es mucho más que un equipo de fútbol. Una forma de encarar la vida, palabras justas (de precisión, pero también de justicia) con que se denomina a este blog.

En esta madrugada calurosa del verano 2017, en Córdoba, contamos la historia de Sonja Graf; un ser tan lejano, y a la vez íntimamente ligado a la esencia celeste, como demostrarán los hechos. 



Nació en Munich, en 1908, tres años después de la fundación del CAB, fecha en que nuestros jóvenes fundadores se cuestionaban si seguir o no adelante con el desafío de ser un Club de football.

Sonja vivió una infancia y una juventud muy sufrida, tras padecer los abusos constantes de su padre alcohólico. Como paradoja, fue él quien le enseñó el juego que marcaría su destino: el ajedrez. Su modo de alejarse mental y físicamente de aquellas crueles violaciones.

Con el tiempo fue ganando partidas y respetos en los cafés de Munich, lo que la llevó a competir por el resto de Europa, hacia los años ´30. Como antes Vera Menchik, su eterna rival, Sonja Graf desafió las normas establecidas y decidió competir en los torneos reservados a los hombres. En un ámbito en el que hasta hoy, casi un siglo después, sigue siendo mayoritariamente reservado al género masculino. 

Tal es así que, desafiando a la época, Graf empezó a vestirse como un hombre, sencillamente, para poder ser un poco más libre. "Comencé a preferir el uso de vestimentas masculinas. Este disfraz masculino me permitió vivir en plena libertad", reconocería más adelante.



En 1939, Sonja Graf viajó a Buenos Aires para competir con el equipo alemán en la 8ª Olimpiada de Ajedrez. Pero, por su visible rechazo al régimen nacional-socialista (nazi), fue excluida del equipo.  Motivo por el que  jugó bajo la bandera internacional “Liberty”. Ese mismo año, se quedó en Argentina, escapando de la Segunda Guerra; ella era judía y en Alemania la esperaba un destino de muerte. Aprendió rápido el idioma y en el país escribió dos libros: “Así juega una mujer” y “Yo soy Susann”.




En 1942, siendo subcampeona mundial, Sonja Graf participaría del primer torneo internacional realizado en Córdoba; y que fuera organizado por el Club Atlético Belgrano. El mismo se llevó a cabo en la sede social que tenía el Pirata por entonces, allá por 9 de Julio al 600. Salió segunda, detrás del cordobés Eduardo Sechi, que se anotó el primer puesto.

Sonja Graf fue un ejemplo de resistencia a la adversidad, de lucha continua por la libertad y por la igualdad de género entre hombres y mujeres. Y, sin dudas, una de las grandes leyendas de ajedrez y ahora del blog A lo Belgrano. A causa de una enfermedad de hígado, murió en 1965 en Nueva York.

Este año, a 75 años de su paso por nuestro querido Club, se organizará un nuevo torneo en conmemoración. Será en junio, en El Gigante de Alberdi, poniendo de premio la Copa Sonja Graf. Una contienda en homenaje a esta verdadera reina, luchadora, en un barrio donde abundan los peones y se secan al sol las agujas de los relojes.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Belgrano en Coritiba


por dónde empezar? por la doble atajada de olave contra estudiantes. sin eso, no podríamos haber vivido este sueño. el fútbol es así. matar o morir.
pasamos. la tercera fue la vencida. hubiera sido difícil de soportar otra frustración. pero somos así. ya lo sabemos. casi que hasta lo disfrutamos.
a partir de ahí, empezar a ver cómo viajar. no es cualquier viaje. es el que esperaste por 41 años.

descartado el avión por el precio, se impone el colectivo. sabés que van a ser cuatro noches durmiendo arriba de un bondi. 80 horas por un sueño. vamos nomás.

con una compañera de fierro embarazada de casi ocho meses y un piratita de poco más de un año. ella sabe que vas a ir y no te la hace difícil. te banca. te apoya. te entiende. te conoce. sabe que esperaste este viaje desde que tenés conciencia futbolera. acomodás todo en el laburo y partís.

somos un par de amigos y varios pibes que ya conocés de otros viajes. la típica, las conservadoras con bebidas para 80 horas. casi nada. y todo el microclima que se genera en un colectivo lleno de hinchas. arranca tranqui, pero todo se va acelerando con el correr de las horas. 

en la aduana, un loco se desespera porque no dejan pasar a su hijo que perdió el dni y pretende pasar con una constancia. a nosotros nos demoran porque hay un canadiense con pasaporte italiano. si, leiste bien. un canadiense hincha de Belgrano.

seguimos viaje, y a medida que pasan las horas, el consumo de bebidas aumenta, al igual que la ansiedad. de pronto, te encontrás con todo un sector del pasaje que escucha atentamente al canadiense que les lee un cuento escrito por él mismo. que se cierra con un emotivo aplauso. ya perdiste la noción del tiempo y el espacio. 

todos cantan, todos toman, algunos bailan, casi todos saltan.
el coordinador pide calma. casi resignado. que tomen un poco menos, que por favor no fumen. nadie le hace caso y el pibe se resigna. igual, siempre con buena onda. 

y de golpe llegás a curitiba. y en unos cien metros están todos ahí. los 4000 hinchas. el estado de excitación es asombroso. 

compañeros de otros viajes, parejas que viajaron con un bebé de dos meses, lucio que vive en curitiba y le cayó este partido del cielo, al tibu maceira que hasta hace unos años lo veías adentro de una cancha como jugador y hoy lo ves saltar en la calle desaforado como hincha.
y te das cuenta que estás viviendo uno de los momentos más intensos de tu vida. pero lo mejor está por venir.

al partido ya lo vieron, no se los voy a contar. pero lo que se vivió desde la tribuna fue muy fuerte. por eso la repercusión después en los medios. incluso en los brasileros, que no lo podían creer. una fiesta como la que no viví nunca, ni siquiera aquella tarde en el monumental.

y después la locura a la salida. y las 40 horas de vuelta en el bondi. y otra vez la fiesta, el baile en los pasillos y los saltos que provocan que los choferes se quejen. a nadie le importa nada a esta altura.

y por momentos todo se tranquiliza, y surgen las anécdotas, las charlas futboleras, un disco de jimenez en vivo en catamarca que sonó como 17 horas seguidas. 

y de golpe llegás a córdoba, 80 horas después de haber salido. las sesenta personas del colectivo ya son casi como tu familia. 
y tu verdadera familia, que te ve llegar destruido a tu casa, pero que sabe y se da cuenta que acabás de vivir el mejor viaje de tu vida.


lunes, 29 de agosto de 2016

Fuego y pasión



 

Parrilla CAB hecha del asador de Andrés Yaremnsuk. Hecha por Infiernillo, herrería creativa. Un emprendimiento del pirata Rodrigo LDA.

sábado, 20 de agosto de 2016

Rodolfo Bútori: gran DT y lanzador de bala

Bútori, abranzando a sus muchachos en Alberdi

Por Pablo Iván

Las fotos antiguas nos permiten evidenciar los cambios que se produjeron en el fútbol argentino a lo largo del tiempo. Ya en los ‘30, comienzan a verse las gradas con la presencia masiva de un nuevo actor: el hincha. Pero hacia adentro del campo de juego, las variantes también ocurren. En el caso de Belgrano, llama la atención la aparición de un hombre alto, robusto y calvo, mezclado entre los jugadores. Se trata de Rodolfo Bútori; probablemente el primer DT formal que tuvo el Celeste. 

Y esta es otra diferencia con el amateurismo, donde a veces se observa a la alineación acompañada de algún dirigente, pero no existía un encargado estable en la dirección técnica, tal como lo conocemos en la actualidad.

El “Gordo” Bútori dirigió al CAB durante seis temporadas, entre 1936 y 1941. Fue partícipe de la gran gira por Bolivia y, bajo su conducción, la “B” consiguió los títulos 1936, 1937, 1941, y los torneos Preparación 1936 y 1941. Su tarea incluyó además la preparación física de los planteles.

Bútori, de boina, posando con el equipo.

Es la euforia de los JJOO de Río lo que nos lleva a recordar su figura dado que, además de entrenador, fue un descadísimo y prolífico atleta cordobés.
Con 1,88 metros de altura y más de cien kilos en el lomo, Bútori fue basquetbolista y boxeador, siendo campeón provincial en este último. Después de colgar los guantes, se dedicó a la educación física. Pero a sus principales logros los obtuvo en atletismo, siendo su especialidad el lanzamiento de bala.

Se estima que la incorporación del Atletismo en Belgrano se dio en 1935, fecha en que se adquirieron los primeros aparatos para entrenar y se afilió a la Federación Cordobesa. Y en 1939, el Pirata fue patrocinador de la carrera de Bútori; año en que tuvo su página más gloriosa, tras convertirse en el primer atleta de Sudamérica en superar la marca de los 14 metros.

Anécdota bien narrada por Cristian Moreschi, en su libro “Camino de la historia”:
“La Confederación Atlética Argentina había partido hacia Perú al Torneo Sudamericano en Lima. Debido a una maniobra desleal de los dirigentes porteños, la comunicación para integrar la delegación le llegó tarde.
¡No había en América latina otro deportista que lanzara la bala como él, y Argentina se daba el lujo de no llevarlo! Entre la bronca y la impotencia envió una carta a Buenos Aires en la que informaba que el 18 de mayo, el mismo día en que iniciaban las pruebas en Perú, en la cancha de Talleres, intentaría batir su propio récord.

Fue en el entretiempo del partido entre Talleres y Universitario en que el maestro Bútori entró a la cancha con un paquete envuelto en papel de diario, lo dejó a un costado, por los parlantes se anunció que iba a intentar superar su marca de 14,70 m. La prueba la fiscalizaba la Federación Cordobesa de Atletismo. Luego de dos intentos fallidos, en el tercero arrojó la bala con todas sus fuerzas. Después de la medición, el locutor anunció a viva voz que Rodolfo Bútori había batido su propio récord: ¡14,90 metros!

Bútori corrió hacia el paquete misterioso, lo abrió y desplegó una bandera argentina que comenzó a agitar con fuerza. Envuelto en los colores de la patria y con el público ovacionándolo de pie, el maestro le había ganado a la injusticia.
Al día siguiente se enteraron de que, en Perú, el mejor argentino había clasificado cuarto y ni siquiera había superado los 14 metros”.

Bútori lanzando la bala (1939).


La trayectoria como DT de Bútori continuó en Talleres, Instituto, Racing, Juniors y Universitario. Siempre con una enorme vocación por incluir a niños y jóvenes al mundo del deporte. Nació en Córdoba un 5 de noviembre de 1907 y falleció de un paro cardíaco el 24 de octubre de 1965, en Alta Gracia. En esa localidad, una plaza lleva con orgullo su nombre.

Fuentes: Memoria y Balance CAB 1939, Enciclopedia Viejo y Glorioso Belgrano,  libro “Camino de la historia”.

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sábado, 13 de agosto de 2016

Belgrano, la verdad que nos une

Juan Sachetto, su tatuaje y su texto conmovedor

Una  vez, creo que allá por el 2005, en los días previos a nuestro inolvidable centenario, lo escuché al Turco Whebe referirse a Belgrano de una manera que me dejó embobado. El tipo, con la misma voz con la que se hartó de gritar hazañas piratas, dijo algo así como:

Ahí está Belgrano. Siendo una barricada permanente, con el mismo sonido de toda la vida… el de los bombos que retumban en las paredes del barrio. El que servía de música a los reclamos populares. Y de última… Belgrano ha sido siempre un reclamo popular.
Una bandera de lucha… una rebelde forma de mojarle la oreja a los poderosos.

Fa. Sacala.
Ahí está Belgrano. Y ahí va a estar toda la vida, mirando al mundo desde el populoso Barrio Alberdi.  Y agarrate hermano, porque desde Alberdi el mundo se ve distinto.
Que cómo se ve? Se ve nada más y nada menos que con la verdad.
Belgrano es Alberdi y Alberdi es, como dice la pintada en un pasaje muy cercano al Hospital  de Clínicas, el primer territorio libre de América.  Pedazo de título, el que la historia nos supo dar. Sí señor, pedazo de chapa la de nuestro barrio, incuestionablemente ganada en las callecitas por donde rodaban miles y miles de bolitas de rulemanes, para hacer caer ingeniosamente  a los caballos de la policía mientras el grito del pueblo, digno, estudiantil y obrero, se hacía escuchar, avanzando con un “Paso, paso, paso, se viene el Cordobazo”.
“La capital nacional de la barricada”, de prepo y de yapa, deberían nombrar al Barrio Alberdi de la Ciudad de Córdoba en el Congreso de la Nación. O ¨Banda de sonido oficial de los reclamos populares¨, a la inigualable hinchada de Belgrano.


Una vez un viejo sabio, de barba blanca y traje tanguero, dijo que estás en libertad, y siempre en libertad, únicamente cuando creés en tu canción.
Y yo, tanto como a ese viejo cuando lo escucho, le creo al pirata que tengo al lado en la popular cuando deja la garganta en un “yo siempre te voy a alentaaaaar, te lo juro por Dios”.  Más vale que te creo, hermano.  No hace falta que me lo jures, ni por el Diego ni por nadie. Cómo no te voy a creer si la estrofa te sale del alma y se te nota en el brillo de los ojos. Tu verdad, que también es mi verdad y la de 20.000 tipos por sábado,  se siente en tu puño cerrado que apunta al campo de juego, para que los jugadores entiendan que la promesa va muy en serio, dándole tonada cordobesa, color celeste y sentido humano a la palabra ¨incondicional¨.
Yo te creo porque el grito en Alberdi es un grito lleno de ilusión, de fantasía, pero también de realidad. Es un grito libre de soberbia injustificada, libre de engaño a uno mismo. El grito de Belgrano es un grito libre, carajo.
Tan libre como el laburante que con un hachazo (y un parche) en su ojo, pero con una flor en su ojal, le muestra al poderoso que se puede ser feliz, inmensamente feliz, con sólo asumirse y valorarse. Porque nosotros sabemos lo que somos. Y saben qué?  nos encanta lo que somos. Ni más ni menos. Por eso no nos hace falta mentirnos, porque somos libres.

Y porque deliramos, sufrimos, nos abrazamos y lloramos, desde siempre, en el barrio donde sopla el viento de la libertad, yo le creo a cualquier grito que se escuche en Alberdi. Le creo a Belgrano. Le creo a la hinchada y le creo a mi canción. La que me cantó mi viejo cuando yo no sabía ni hablar y la que le canto todos los días a mi hija, que ya sabe decir “mamá”, “papá” y “Belgrano”.
Yo le creo a esa canción que se me aparece cualquier día de la semana, a las 3 de la mañana, en medio de un sueño y me hace pedirle a Belgrano que el sábado, o cuando mierda juegue, no me sea indiferente. Que ponga huevo y vaya al frente, porque siempre, pero siempre y a pesar de todo, va a tener el aliento de su gente.

Cuando voy a Alberdi, siempre temprano para que la cancha dure más, me siento en algún escalón, levanto la cabeza y le creo a las tribunas. Escucho a algún amigo decir que “ya sé que regalamos una ronda, pero si hoy ganamos nos prendemos”, y saben qué? Le creo.
Entonces el alambrado se empieza a llenar de trapos celestes, con frases a las que les creo una y mil veces. Loca pasión, sos vos Belgrano. Sos la locura que no tiene cura. Sos el rocanrol de Muller y del país.

Yo no tengo dudas. Desde que razono, tengo acá en el pecho la convicción y la certeza de que Alberdi es el primer territorio libre de América y Belgrano es la verdad que nos une, para darle fuerzas a nuestro corazón. Ahí adonde la mentira no tiene lugar, adonde el chamuyo no entra.
Por eso hermano, creeme vos a mí: mucho antes de lo que muchos se imaginan, se nos va a dar y vamos a volver a mojarle la oreja a los poderosos.  Vos por lo pronto no te borrés, que te necesitamos. Porque a la bandera de la lucha la tenemos que seguir levantando entre todos.


Publicado originalmente en Escritos al primer amor: Belgrano, Alberdi y su gente.

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martes, 9 de agosto de 2016

El verdugo de los clásicos

De todos los jugadores que vistieron la camiseta de Belgrano, uno de ellos ostenta un récord especial; el de goleador en clásicos frente a Talleres. Se trata de Roberto Luque, un verdadero verdugo celeste para con los albiazules.

Luque (La Francia 1914-Córdoba 1967) figura en la cima con la marca de 23 goles ante el eterno rival, 17 convertidos de manera oficial y 6 en cotejos amistosos. Sus tantos se reparten de la siguiente manera:
Es muy probable que sus conversiones más celebradas fueran las dos que le dieron al Pirata el título oficial 1935, en la final ganada 3 a 2 al CAT. O su doblete en la goleada 6 a 1 en 1937.

En su trayectoria, jugó 136 partidos entre 1935 y 1942, conquistando 121 goles. Fue campeón del Preparación 1936 y de los Oficiales 1935, 1936, 1937, 1940 y 1941. 
Curiosamente en 1938 fue el máximo artillero de Córdoba, con 30 tantos en 19 partidos; sin embargo, a pesar de su temible poder ofensivo, la “B” no logró ningún título ese año. 
En la foto con que cerramos la nota, Luque posa junto al presidente de la Institución, Dr. Runulfo González, y el arquero Manuel Hagypantelli (1938). Fue en ocasión de recibir un premio por parte de una empresa de materiales de construcción: Luque por “pichichi” y Hagypantelli por valla menos vencida. 


De la mano de la gestión de González, se produjo un hito para la historia de Belgrano, tras efectuar la primera gira internacional celeste. Fue por Bolivia (1938), periplo que desarollaremos en otra oportunidad. 
De hecho, en esa república sudamericana terminaría su carrera el gran Roberto Luque, a quien recordamos hoy en el blog A lo Belgrano.


Fuente: Enciclopedia Viejo y Glorioso Belgrano (G. Farías); NumeroSidades (M. Coccolo); Memoria y Balance CAB 1938.


domingo, 10 de julio de 2016

Gustavo Roca: alma revolucionaria y pirata

por Pablo Iván


“-¡Porteño fascista!
Palabras habituales de Gustavo Roca en el estadio del Club Atlético Belgrano, destinadas al árbitro del partido y reemplazando el grito habitual de ¡porteño culiado! que los hinchas de los equipos cordobeses dedican a los referees de Buenos Aires”.

Estas palabras dan comienzo al libro La ley de la revolución, una biografía política de Gustavo Roca. En él su autor, el periodista Juan Cruz Taborda Varela, nos comparte la historia de una personalidad tan fundamental como olvidada de la política de Córdoba, Argentina y Latinoamérica.

Amigo del Che Guevara, Fidel Castro, el Gringo Tosco, Atilio López, Pablo Neruda, John William Cooke, Salvador Allende, Rafael Alberti, Julio Cortázar, en otros. Gustavo Roca, hijo de Deodoro, fue un militante de izquierda, dirigente estudiantil y abogado defensor de presos políticos, desde la época del primer peronismo hasta su forzado exilio en 1976. De hecho, fuera del país, fue uno de los primeros argentinos en denunciar públicamente el terrorismo de Estado, razón que le valió ser procesado como “traidor a la Patria”.

“Durante años, en Córdoba y en todas partes, he defendido sin vacilaciones y con firmeza, por centenas, a hombres y mujeres perseguidos por sus ideas o acciones políticas y he dedicado, a menudo sin recompensa, gran parte de mis esfuerzos profesionales a la defensa de las libertades públicas, los derechos humanos y los represaliados políticos y sociales del más variado y diverso signo político” Pag. 82



Un hombre complejo y multifacético, abordado por Taborda Varela a través de documentos, diarios, libros y entrevistas a allegados. Entre sus páginas, el libro deja entrever la admiración del escritor por el personaje, como quien comparte el ideal por una sociedad más libre, justa e igualitaria.

Pero, además, pone de manifiesto lo que ambos tienen en común: la pasión por el CAB. A lo largo de los capítulos, aparece descripta la imagen del Gustavo Roca pirata, amante del fútbol y del color celeste. Quien no sólo fue hincha, también jugó de niño en Belgrano y, durante la década del ’70, fue representante del club en la Liga Cordobesa.
En este posteo compartimos algunos fragmentos que definen esta faceta.

La anécdota liga a Gustavo con Juan Martín Guevara, el hermano menor del Che. Tras sacarlo de la cárcel en 1974 (perseguido por Perón y la joven Triple A), ese mismo día Roca eligió como celebración llevarlo al Gigante de Alberdi.

“Gustavo era hincha fanático del fútbol. Fuimos a ver Belgrano-Instituto. Yo miraba el partido, pero él miraba a su equipo, a su cuadro, estaba a las reputeadas. Lo había conocido como un abogado formal, pero ese día se transformó. Fuimos a la platea de Belgrano, donde estaban sus amigos del fútbol. Fue pasar de estar en su casa en el Cerro de las Rosas al fútbol a las puteadas con el referí. Lo que puede el fútbol, pensaba yo. Se desabrochó la corbata y empezó. Gustavo era un tipo muy apasionado. Y era también muy preparado, inteligente, muy ubicado”. 193-4

O, más adelante, la descripción que hace de él su propio hijo:
“El Dr. Roca iba a la cancha de Belgrano. Y llevaba una bolsa de mandarinas para tirarle al lineman simplemente porque era lineman. Les tiraba mandarinas que se las hacía comprar al Negro (Dante) Palacios. Se peleaba, iba a la popular, Los Piratas eran sus amigos, eran los guasos que lavaban o cuidaban autos en la calle, otros que habían sido amigos de la infancia, y seguía siendo amigos de todos mientras a la vez tenía contactos con los gobernantes”.



Al volver a Argentina, en 1983, Roca debió enfrentar los juicios abiertos en su contra, aún en democracia. Benjamín Menéndez lo acusó de aristócrata marxista. “Profesar, pues “ideas marxistas”, no importa delito ni pecado, tampoco es un estigma. El marxismo no es un dogma ni un artículo de fe y ser marxista no comporta ni crédito ni descrédito. Sólo significa compartir un determinado pensamiento histórico político y una concreta filosófica que no son en sí ni por sí condenables o execrables”, respondió Roca ante el tribunal, antes de quedar absuelto.

Si bien los juicios se cerraron, las heridas abiertas jamás. Roca vivió sus últimos años en el exilio interno, ante una Córdoba que ya no era la misma de los años combativos, donde nadie parecía estar dispuesto a tenderle una mano ni un trabajo, justamente a quien se pasó la vida poniendo el cuerpo por propios y extraños.

Supo decir Borges: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.

Y esa fantasía está presente en La ley de la revolución, que echa luz para rescatar a una figura imprescindible para los que sueñan un mundo mejor. Producto de la imaginación, que trae la propia lectura, imagino aquello que no ha sido escrito en sus más de 300 páginas. ¿Cuánto habrá extrañado Gustavo ir a la cancha, cada domingo, en la lejana Madrid? ¿Habrá disfrutado con el juego de la Chacha Villagra, al regreso? ¿Estuvo presente en el inolvidable ascenso de 1991, con el chateau repleto, meses antes de su fallecimiento? ¿Habrá llorado de emoción consumado aquel partido?


Gustavo Roca, el hijo de Deodoro, nació de una familia tradicional de Córdoba. Tuvo dinero, formación universitaria y cientos de contactos para llevar una vida cómoda y confortable. Pero murió pobre, en el mayor ostracismo, al igual que Don Manuel, el creador de la bandera, el prócer que adoptamos como nombre. Dando su vida al servicio del Pueblo y a la defensa de sus valores e ideales.

Hizo de la lucha una forma de encarar la vida. Vivió y murió dejándolo todo, con dignidad, pasión y entrega: A lo Belgrano.       



lunes, 30 de mayo de 2016

La cábala de los Cuellar

“Él rezaba una oración antes de entrar al campo de juego. Pero nunca me dijo cuál era”.

Por Pablo Iván

Se suele decir, con buen tino, que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Aunque lo más acertado es decir “al lado” y no “detrás”.

Tuve la suerte de conocer hace unos meses a Susana, la esposa de Tomás Rodolfo Cuellar. Junto a su hija menor, Soledad, pasamos una tarde de mates hablando sobre “Tito”.

Cuellar, un apasionado del fútbol y del Celeste, no permitía que su familia fuera al estadio a verlo jugar; siempre prefirió mantener a los suyos fuera del ambiente. Sin embargo, su forma de vivir fue suficiente para contagiarles una enorme pasión por la “B”.

Los futboleros, además de goles, triunfos y derrotas, alimentamos nuestros mitos y hazañas mediante cábalas. Cientos y miles que funcionan o fracasan en simultáneo, mientras compiten los colores que tanto amamos.

Los Cuellar tuvieron una muy efectiva: cuando Tito dirigía al equipo que se consagró campeón del Regional de 1986, se aferraron a ella con la ilusión de alcanzar el título. Una cábala gastronómica, en este caso, que se repitió durante los 40 partidos en que el Pirata se mantuvo invicto con Cuellar como DT.

“Cuando tocara, de día o de noche, a la hora del partido, con la radio puesta, se comía costeletas con papas fritas en el patio, porque nos traía buenos resultados. Llegó el invierno, las lluvias, y nosotros seguíamos comiendo afuera, debajo del toldo. Cuarenta domingos seguidos comimos lo mismo.”

Tras escuchar el entrañable testimonio, sumido en nostalgia y emoción, se me ocurrió al instante comentar entre risas: - Menos mal que tocó un menú sabroso en la suerte, y no mondongo...

¿Sabés las veces que me fui caminando, de promesa, para que Belgrano ganara? ¡Hasta subí de rodillas las escaleras de la Iglesia Santo Domingo, hasta la cofradía de la Virgen de los milagros! Las cosas que he hecho por Belgrano… Ni yo ni mis hijos aparecíamos por la cancha, porque mi marido no quería… pero hacíamos todo por Belgrano”.

HACÍAMOS TODO POR BELGRANO. 
Qué hermosa frase con que Susana termina de contar esta historia.



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jueves, 26 de mayo de 2016

Villagra, el fútbol y la historia

                                                                                                    
                                                                                         Por Gringo Ramia

Primer tiempo

Dicen que a la historia la escriben siempre los que ganan. Creo que en realidad es al revés: ganan los que escriben la historia, los dueños del lápiz con punta. Julio César Villagra nunca imaginó que estaría escribiendo sin papel, carbón puro, un par de botines, una camiseta, la memoria de miles de personas. Él solamente jugaba al fútbol.

En este inventado país la lucha ha sido, y lo sigue siendo, la imposición de la memoria; la selección, recorte, y repetición del pasado, en todos los ámbitos. Así fue que leímos, y aprendimos como pudimos, en los 14 pizarrones de nuestra escolaridad que San Martín cruzó los Andes en su Caballo Blanco, que Sarmiento fue el primer maestro, que el Cabildo y los pastelitos para las negras sin dientes, todo para recortar en la Billiken. Ahí están los héroes que le van a dar sentido a esta gran Nación, en cada calle céntrica del país. Y están las guerras, los grandes acontecimientos y los feriados. Y los dinosaurios, las pirámides de Egipto, Roma, el descubrimiento de América, la Revolución Industrial y el hombre en la luna. Eso es la historia, un montón de frases, titulares del que rara vez se aprende el cuerpo de los hechos. 

¿Y nosotros? ¿Qué hacemos los que no somos héroes, los que no vamos a cruzar los andes, los que no vamos a liberar a ningún pueblo? Vivimos, hablamos y cantamos nuestra historia. Y otros, muy queridos, hacen jueguitos, patean una pelota y nos hacen vivir, hablar y cantar otra historia a miles. No hay feriados para los comunes, menos para los jugadores de fútbol. Algunos viven en la memoria oral del pueblo y cada tanto es necesario escribirlo. 

La Chacha

Julio César Villagra. Nombre de emperador. El guaso era tan tímido que no hubiera podido jamás estar al frente del imperio romano. Le decían la Chacha, jugaba generalmente por la banda derecha, dejaba a los defensores rivales pidiendo el diario y enloquecía a la hinchada pirata. Atacar pueblos indefensos es de cobardes. Encarar a un defensor en una cancha visitante no es para cualquiera.

Llegó a Belgrano en 1982, más o menos en la época en que a Galtieri se le ocurrió recuperar las Malvinas. Venía con su amigo Mario Luna, que le insistió en que lo acompañara a probarse. Belgrano estaba en la lona. Villagra, un negro de Villa Libertador, flaquito, ruludo y con cubana, como eran los cordobeses de antes, se hartó de desbordar y tirar el centro, desbordar y enganchar para adentro, picar sin que nadie lo alcance, frenar y seguir. El Pucho Arraigada, que andaba probando jugadores no dudó en aceptarlo. Una pequeña crónica periodística dice que el 18 de julio de 1982 la Chacha debutó contra Alianza San Martín (una fusión entre Argentino Peñarol y Huracán) en la cancha de Huracán de Barrio La France. Ganaba Alianza. Empató Belgrano. Último minuto del partido, gol de Villagra. La tribuna delira. La historia, agradecida.


Lo que no se dice

Aquí conviene pisar  la pelota. Sentir que  todos pasan un poquito de largo. Girar, observar el panorama, cambiar de frente. Como dije anteriormente, la historia es un territorio de disputas y en el fútbol también pasa lo mismo. Alguien escribió su historia y dijo esto sí, esto no.

Todo comenzó a finales del siglo XIX cuando a algún inglés se le ocurrió bautizar con la palabra “foot-ball” a ese juego que consistía en trasladar un objeto redondo con los pies y empujarlo hasta el lugar donde había dos postes y un travesaño. La fecha coincide con la invención de casi todos los deportes modernos. ¿Qué es lo que diferencia a un juego de un deporte? Me gusta lo que dice Sasturain “el deporte nace de la suma del juego más la competencia. Algunos nacen como juego puro, otros, como competencia pura. Desde caminar sin pisar los límites de las baldosas a embocar papeles en el cesto o escribir con pis sobre el patio de tierra. El juego libre es espontaneidad no sujeta a reglas; y con las reglas –aunque sean mínimas- nace la competencia”.

Al principio no había muchas diferencias con el rugby ya que ambos deportes consistían en trasladar un balón hasta un punto determinado. La prohibición de utilizar las manos en el fútbol fue el quiebre definitivo entre ambas disciplinas. Así, mientras se jugaba y practicaba, se iban definiendo los lineamientos principales de este nuevo y apasionante deporte. Los ingleses inventaron casi todas las reglas. Y las escribieron. Y así comienza parte de esta historia.
Para esa época los ingleses dominaban el comercio mundial. En cada barco cargado con mercadería con la cual someterían a los pueblos, viajaba una pelota. Cayeron a Argentina. Jugaron entre ellos; se hablaba en inglés en los partidos. “Los ingleses locos”, decían los paisanos. Pero los de acá se enamoraron rápido. Y empezaron a jugar. Argentina era un cocoliche de inmigrantes, de nacionalidades, de lenguas y costumbres. El fútbol, por la economía de su práctica permitió igualar a todos, integrar a miles de tipos que vivían en el país y no votaban, no decidían, no nada. Me animo a decir que el fútbol fue de lo más democrático de la época.

Pibes de 14, 15 años armaban equipos. No conocían las reglas pero lo jugaban. Los ingleses armaron una liga, jugaban entre ellos. Se empezaron a fundar clubes de fútbol por todos lados, en todo el país. Los trenes llevaban ese extraño y loco juego: patear una pelota desde la punta de esta pampa hasta el horizonte aquel.  Amateurismo puro. Jugar por jugar. Después hubo gente, tribunas, estadios, masividad, pueblo, plata y más plata. Entonces, el profesionalismo. Frenar. Cambiar de frente, volver la pelota atrás. 

En cada provincia del país se crearon ligas, Córdoba creó la suya, Santiago del Estero, Tucumán, Mendoza. Buenos Aires también, le llamaron Primera División y todos sus clubes estaban directamente afiliados a la AFA. El resto del país no. Eventualmente, campeonatos Nacionales mediante y luego, con la reestructuración de los años 80, los clubes del interior comenzaron a acceder a la liga porteña, la A.

Belgrano, Talleres, Instituto y Racing fueron los clubes más ganadores de la liga cordobesa. Hubo campeones,  goles, jugadores, árbitros, hinchas, festejos, amores y dolores, hubo fútbol, hubo vida. Pero algo pasó y en un momento toda una historia dejó de importar.

A mediados de los 80 Talleres, Instituto y Racing, escritorio mediante, abandonaron la liga, se fueron a Primera y quedó Belgrano, corriendo para cualquier lado, hecho mierda. Y en el peor momento en la historia del club aparece Villagra, soldando estos pedazos de historia.


Tiempo recuperado

Villagra jugó entre 1982 y 1991. Vivió, lo que dicen los que la vivieron, la “década romántica”. Fue, realmente, una etapa durísima pero hasta el sufrimiento se extraña cuando ya no está. Las vivió todas: Liga Cordobesa, Provincial, Regional, Nacional B y 45 minutos en Primera, ante River. En “reconocimiento a su trayectoria”, los dirigentes le dieron el pase libre. Se lo sacaron de encima, lo mataron, le quitaron la vida mucho antes. ¿Qué hace un jugador cuando ya no puede jugar? Villagra hizo hasta tercer grado del primario, no sabía hacer ecuaciones, ni conocía de diptongos ni geografía, ni de ciencias naturales ni nombres de capitales de Europa ni de historia. Villagra jugaba al fútbol, hacía historia, pero todavía no lo sabía.

El 13 de septiembre de 1993, con 30 años de edad, la Chacha fue a una plaza, se sentó en uno de los bancos y se pegó un tiro. Murió dos días después. Se terminó su vida y empezó su historia. La idolatría creció. Los que lo vieron jugar desde la tribuna, los que lo conocieron envuelto en su timidez, los que pudieron sacarse una foto, todos comenzaron a tejer un recuerdo, armar un relato. No hay casi imágenes de él: un par de centros, dos o tres goles, un par de minutos de video para una década. Ni siquiera aparece en Wikipedia. Villagra es una historia oral, como el fútbol todo, contada de generación en generación. Las jugadas se agradan, los dolores se achican, la memoria elige.

A los pocos meses, Chichí Ledesma, el mismo presidente que lo había dejado libre, decide nombrar a la cancha de Belgrano Julio César Villagra. No hubo ninguna documentación oficial, no hubo acta, no hubo cartel, placa, nada. Todos siguieron diciéndole el Gigante, el periodismo, los hinchas. Veintidos años después se hizo justicia: los propios hinchas pintaron un cartel con la inscripción de su nombre, con la presencia de su leyenda, para nombrar a las cosas por su nombre.


No pude ver jugar a la Chacha pero el fútbol permite incluirte en el pasado, hablar de un nosotros. Soy un común, uno de los que nunca gana  e incapaz de gambetear, hacer más de diez jueguitos, soy uno más. Escribir sobre él, recuperar las emotividades, es hacer otra historia, desafiar los discursos gritones, dar vuelta el partido y ejercitar la memoria.