por Pablo Iván
“-¡Porteño fascista!
Palabras habituales de Gustavo Roca en el estadio del Club
Atlético Belgrano, destinadas al árbitro del partido y reemplazando el grito
habitual de ¡porteño culiado! que los hinchas de los equipos cordobeses dedican
a los referees de Buenos Aires”.
Estas palabras dan comienzo al libro La ley de la
revolución, una biografía política de Gustavo Roca. En él su autor, el
periodista Juan Cruz Taborda Varela, nos comparte la historia de una
personalidad tan fundamental como olvidada de la política de Córdoba, Argentina
y Latinoamérica.
Amigo del Che Guevara, Fidel Castro, el Gringo Tosco, Atilio
López, Pablo Neruda, John William Cooke, Salvador Allende, Rafael Alberti, Julio Cortázar,
en otros. Gustavo Roca, hijo de Deodoro, fue un militante de izquierda,
dirigente estudiantil y abogado defensor de presos políticos, desde la época
del primer peronismo hasta su forzado exilio en 1976. De hecho, fuera del país,
fue uno de los primeros argentinos en denunciar públicamente el terrorismo de
Estado, razón que le valió ser procesado como “traidor a la Patria”.
“Durante años, en Córdoba y en todas partes, he defendido
sin vacilaciones y con firmeza, por centenas, a hombres y mujeres perseguidos
por sus ideas o acciones políticas y he dedicado, a menudo sin recompensa, gran
parte de mis esfuerzos profesionales a la defensa de las libertades públicas,
los derechos humanos y los represaliados políticos y sociales del más variado y
diverso signo político” Pag. 82
Un hombre complejo y multifacético, abordado por Taborda
Varela a través de documentos, diarios, libros y entrevistas
a allegados. Entre sus páginas, el libro deja entrever la admiración del
escritor por el personaje, como quien comparte el ideal por una sociedad más
libre, justa e igualitaria.
Pero, además, pone de manifiesto lo que ambos tienen en
común: la pasión por el CAB. A lo largo de los capítulos, aparece descripta la
imagen del Gustavo Roca pirata, amante del fútbol y del color celeste. Quien no
sólo fue hincha, también jugó de niño en Belgrano y, durante la década del ’70,
fue representante del club en la Liga Cordobesa.
En este posteo compartimos algunos fragmentos que definen
esta faceta.
La anécdota liga a Gustavo con Juan Martín Guevara, el
hermano menor del Che. Tras sacarlo de la cárcel en 1974 (perseguido por Perón
y la joven Triple A), ese mismo día Roca eligió como celebración llevarlo al Gigante
de Alberdi.
“Gustavo era hincha fanático del fútbol. Fuimos a ver
Belgrano-Instituto. Yo miraba el partido, pero él miraba a su equipo, a su
cuadro, estaba a las reputeadas. Lo había conocido como un abogado formal, pero
ese día se transformó. Fuimos a la platea de Belgrano, donde estaban sus amigos
del fútbol. Fue pasar de estar en su casa en el Cerro de las Rosas al fútbol a
las puteadas con el referí. Lo que puede el fútbol, pensaba yo. Se desabrochó
la corbata y empezó. Gustavo era un tipo muy apasionado. Y era también muy
preparado, inteligente, muy ubicado”. 193-4
O, más adelante, la descripción que hace de él su propio
hijo:
“El Dr. Roca iba a la cancha de Belgrano. Y llevaba una
bolsa de mandarinas para tirarle al lineman simplemente porque era lineman. Les
tiraba mandarinas que se las hacía comprar al Negro (Dante) Palacios. Se
peleaba, iba a la popular, Los Piratas eran sus amigos, eran los guasos que
lavaban o cuidaban autos en la calle, otros que habían sido amigos de la
infancia, y seguía siendo amigos de todos mientras a la vez tenía contactos con
los gobernantes”.
Al volver a Argentina, en 1983, Roca debió enfrentar los juicios
abiertos en su contra, aún en democracia. Benjamín Menéndez lo acusó de aristócrata marxista. “Profesar, pues “ideas marxistas”, no importa delito
ni pecado, tampoco es un estigma. El marxismo no es un dogma ni un artículo de
fe y ser marxista no comporta ni crédito ni descrédito. Sólo significa
compartir un determinado pensamiento histórico político y una concreta
filosófica que no son en sí ni por sí condenables o execrables”, respondió Roca
ante el tribunal, antes de quedar absuelto.
Si bien los juicios se cerraron, las heridas abiertas jamás.
Roca vivió sus últimos años en el exilio interno, ante una Córdoba que ya no
era la misma de los años combativos, donde nadie parecía estar dispuesto a
tenderle una mano ni un trabajo, justamente a quien se pasó la vida poniendo el
cuerpo por propios y extraños.
Supo decir Borges: “De los diversos instrumentos del hombre,
el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo.
Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de
la memoria y de la imaginación”.
Y esa fantasía está presente en La ley de la revolución, que
echa luz para rescatar a una figura imprescindible para los que sueñan un mundo
mejor. Producto de la imaginación, que trae la propia lectura, imagino aquello
que no ha sido escrito en sus más de 300 páginas. ¿Cuánto habrá extrañado Gustavo
ir a la cancha, cada domingo, en la lejana Madrid? ¿Habrá disfrutado con el
juego de la Chacha Villagra, al regreso? ¿Estuvo presente en el inolvidable
ascenso de 1991, con el chateau repleto, meses antes de su fallecimiento? ¿Habrá
llorado de emoción consumado aquel partido?
Gustavo Roca, el hijo de Deodoro, nació de una familia
tradicional de Córdoba. Tuvo dinero, formación universitaria y cientos de
contactos para llevar una vida cómoda y confortable. Pero murió pobre, en el mayor ostracismo, al igual
que Don Manuel, el creador de la bandera, el prócer que adoptamos como nombre. Dando su vida al servicio del Pueblo y a la defensa de sus valores e ideales.
Hizo de la lucha una forma de encarar la vida. Vivió y murió
dejándolo todo, con dignidad, pasión y entrega: A lo Belgrano.
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