domingo, 10 de julio de 2016

Gustavo Roca: alma revolucionaria y pirata

por Pablo Iván


“-¡Porteño fascista!
Palabras habituales de Gustavo Roca en el estadio del Club Atlético Belgrano, destinadas al árbitro del partido y reemplazando el grito habitual de ¡porteño culiado! que los hinchas de los equipos cordobeses dedican a los referees de Buenos Aires”.

Estas palabras dan comienzo al libro La ley de la revolución, una biografía política de Gustavo Roca. En él su autor, el periodista Juan Cruz Taborda Varela, nos comparte la historia de una personalidad tan fundamental como olvidada de la política de Córdoba, Argentina y Latinoamérica.

Amigo del Che Guevara, Fidel Castro, el Gringo Tosco, Atilio López, Pablo Neruda, John William Cooke, Salvador Allende, Rafael Alberti, Julio Cortázar, en otros. Gustavo Roca, hijo de Deodoro, fue un militante de izquierda, dirigente estudiantil y abogado defensor de presos políticos, desde la época del primer peronismo hasta su forzado exilio en 1976. De hecho, fuera del país, fue uno de los primeros argentinos en denunciar públicamente el terrorismo de Estado, razón que le valió ser procesado como “traidor a la Patria”.

“Durante años, en Córdoba y en todas partes, he defendido sin vacilaciones y con firmeza, por centenas, a hombres y mujeres perseguidos por sus ideas o acciones políticas y he dedicado, a menudo sin recompensa, gran parte de mis esfuerzos profesionales a la defensa de las libertades públicas, los derechos humanos y los represaliados políticos y sociales del más variado y diverso signo político” Pag. 82



Un hombre complejo y multifacético, abordado por Taborda Varela a través de documentos, diarios, libros y entrevistas a allegados. Entre sus páginas, el libro deja entrever la admiración del escritor por el personaje, como quien comparte el ideal por una sociedad más libre, justa e igualitaria.

Pero, además, pone de manifiesto lo que ambos tienen en común: la pasión por el CAB. A lo largo de los capítulos, aparece descripta la imagen del Gustavo Roca pirata, amante del fútbol y del color celeste. Quien no sólo fue hincha, también jugó de niño en Belgrano y, durante la década del ’70, fue representante del club en la Liga Cordobesa.
En este posteo compartimos algunos fragmentos que definen esta faceta.

La anécdota liga a Gustavo con Juan Martín Guevara, el hermano menor del Che. Tras sacarlo de la cárcel en 1974 (perseguido por Perón y la joven Triple A), ese mismo día Roca eligió como celebración llevarlo al Gigante de Alberdi.

“Gustavo era hincha fanático del fútbol. Fuimos a ver Belgrano-Instituto. Yo miraba el partido, pero él miraba a su equipo, a su cuadro, estaba a las reputeadas. Lo había conocido como un abogado formal, pero ese día se transformó. Fuimos a la platea de Belgrano, donde estaban sus amigos del fútbol. Fue pasar de estar en su casa en el Cerro de las Rosas al fútbol a las puteadas con el referí. Lo que puede el fútbol, pensaba yo. Se desabrochó la corbata y empezó. Gustavo era un tipo muy apasionado. Y era también muy preparado, inteligente, muy ubicado”. 193-4

O, más adelante, la descripción que hace de él su propio hijo:
“El Dr. Roca iba a la cancha de Belgrano. Y llevaba una bolsa de mandarinas para tirarle al lineman simplemente porque era lineman. Les tiraba mandarinas que se las hacía comprar al Negro (Dante) Palacios. Se peleaba, iba a la popular, Los Piratas eran sus amigos, eran los guasos que lavaban o cuidaban autos en la calle, otros que habían sido amigos de la infancia, y seguía siendo amigos de todos mientras a la vez tenía contactos con los gobernantes”.



Al volver a Argentina, en 1983, Roca debió enfrentar los juicios abiertos en su contra, aún en democracia. Benjamín Menéndez lo acusó de aristócrata marxista. “Profesar, pues “ideas marxistas”, no importa delito ni pecado, tampoco es un estigma. El marxismo no es un dogma ni un artículo de fe y ser marxista no comporta ni crédito ni descrédito. Sólo significa compartir un determinado pensamiento histórico político y una concreta filosófica que no son en sí ni por sí condenables o execrables”, respondió Roca ante el tribunal, antes de quedar absuelto.

Si bien los juicios se cerraron, las heridas abiertas jamás. Roca vivió sus últimos años en el exilio interno, ante una Córdoba que ya no era la misma de los años combativos, donde nadie parecía estar dispuesto a tenderle una mano ni un trabajo, justamente a quien se pasó la vida poniendo el cuerpo por propios y extraños.

Supo decir Borges: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.

Y esa fantasía está presente en La ley de la revolución, que echa luz para rescatar a una figura imprescindible para los que sueñan un mundo mejor. Producto de la imaginación, que trae la propia lectura, imagino aquello que no ha sido escrito en sus más de 300 páginas. ¿Cuánto habrá extrañado Gustavo ir a la cancha, cada domingo, en la lejana Madrid? ¿Habrá disfrutado con el juego de la Chacha Villagra, al regreso? ¿Estuvo presente en el inolvidable ascenso de 1991, con el chateau repleto, meses antes de su fallecimiento? ¿Habrá llorado de emoción consumado aquel partido?


Gustavo Roca, el hijo de Deodoro, nació de una familia tradicional de Córdoba. Tuvo dinero, formación universitaria y cientos de contactos para llevar una vida cómoda y confortable. Pero murió pobre, en el mayor ostracismo, al igual que Don Manuel, el creador de la bandera, el prócer que adoptamos como nombre. Dando su vida al servicio del Pueblo y a la defensa de sus valores e ideales.

Hizo de la lucha una forma de encarar la vida. Vivió y murió dejándolo todo, con dignidad, pasión y entrega: A lo Belgrano.       



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