Por Pablo Iván
Basta con googlear las tres palabras del título, para advertir que sólo existe
un link de una postal hecha por Cultura, Arte, Belgrano, con el fin de rescatar
su figura. Y no hay más nada en la web.
La prensa, los hinchas, le dan el mayor sentido a los once
que se ponen la camiseta y la defienden, a veces bien y otras mal, durante los
partidos. Pero detrás de ellos, existen números seres que a lo largo de la
historia han trabajado sin descanso, desde el anonimato, por mucho amor y poco
dinero. Ese es el caso de Castor Fuentes, histórico utilero y canchero del CAB.
Según la enciclopedia Viejo
y Glorioso Belgrano, llegó procedente de Pamplona (España) en la década del
’30, escapándole a la Guerra Civil Española (1936-39). Vivió debajo de las
tribunas de El Gigante durante cuarenta años. En ese estadio crió a sus hijos y
entregó su vida al servicio de nuestra gloriosa Institución.
El Gordo Edgardo Oviedo lo rememora así, en su libro
Acarreando Recuerdos: “Un servidor cumbre de fidelidad y amor por el Club (…) Con
su hijo, Rubén, suyas eran la tribuna, la cancha, los equipos, hasta los
botines de cuanto jugador se calzaba la celeste”.
En algo los testimonios coinciden: Don Castor era un viejo
cascarrabias, un hombre que se enfadaba y protestaba por cualquier motivo.
Pero, a la vez, tenía un corazón enorme y cuidaba a los jugadores como si fuera
un padre, lo que lo convertía en un personaje singular y entrañable.
A esto se refiere Oviedo cuando cita: “Jamás desaparecerá de
mi retira su pequeña figura, con su boina y su pipa. Siempre una puteada a flor
de labio, porque los muchachos vivían provocándolo y su respuesta era la parte
humorística (…) hacerse putear por el “Gallego” pasó a ser una cultura en el
vestuario celeste”.
Hay varias anécdotas que dan cuenta de su carácter podrido. Juan
Carlos Gómez supo contar que una vez llegó un delantero a probarse - tal vez
Jacinto Carballo- y que Castor le dio a propósito dos botines que eran del mismo pie. Y cuando
el jugador fue a reclamarle, le contestó “¡El que sabe jugar, juega lo mismo!”.
Justamente, le pregunté sobre esto al “Pato” Laciar,
ex futbolista de los ’70, a lo que me comentó entre risas: “Eran épocas difíciles. Jugábamos con
las medias agujereadas, y entonces le pedíamos a Castor que las cosiera, que
las arreglara. Y el Gallego te respondía “¡Para qué quieren medias sanas, si
ustedes no sirven!”.
Sus hijos, Ruben y Segundo, se enamoraron de los colores y
acompañaron la causa. “Ruben las hizo a todas: fue jugador de inferiores, canchero
del frontón de paleta y escaló en la jerarquía institucional hasta ocupar el
cargo de gerente administrativo” (Viejo y Glorioso Belgrano).
En una entrevista publicada por el diario Los Principios, a fines de
los 60, Ruben Fuentes declara con orgullo: “Yo nací bajo estas tribunas (…) y
creo que mis primeros escarpines fueron celestes”.
De tal palo, tal astilla. A los 23 años se convirtió en
empleado efectivo del CAB, con sentimiento y oficio heredado: “Todavía usaba
pantalones cortos cuando comencé a correr al lado de Don Castor (…) Él me
enseñó la profesión, a cuidar esa cancha y a marcarla con un reguero de cal (…)
Las líneas del mediocampo, del área chica y del área grande, el trabajo
obligado de los sábados, para que los muchachos jueguen los domingos”.
Y bajo esa premisa aún vigente, de que al fútbol se jugaba mejor
antes que ahora, le confiesa al entrevistador: “Cómo me gustaría que hubiera
visto usted jugar al equipo del ’37. Salimos campeones invictos. Formaba
Heredia, Sosa y Restelli; Villagra, Múrua y Gorosito; Viller, Luque, Maine,
Salas y Guzmán. Ellos me dieron una de las alegrías más grandes de mi vida”.
"A fines de la década del 80, en el centro de Córdoba, fue encontrado un cadáver desconocido", sentencia la postal sobre el protagonista. Desaparece el cuerpo del celoso guardián de nuestra casa, para quedar suspendido en el aire sensible donde flotan las leyendas. Porque, tal como dijo Arturo Capdevila "son muertos que viven".
Es entonces cuando aparece el acto de justicia poética, la inversión de palabras en esta clase de sujetos; los invisibilizados por el tiempo, los que no salen en los pósters, los que no fueron ovacionados por la hinchada. Y empero son, han sido, y serán parte fundamental del relato grandioso que nos une desde 1905.
Oviedo se consuela en una de sus páginas melancólicas: “Yo sé que allá
arriba, el Creador lo tiene a Castor para inflarle los fútbol en cuanto picado de
cuantos niños corran atrás de una pelota”.
¿Y, quién puede saberlo, Gordo?
A lo mejor está fumando su pipa en este instante, mirando a Alberdi desde una ventana algodonada del cielo. Puteando todavía al primer equipo, que perdió ayer por goleada ante Colón. Gritando hasta el hartazgo su
célebre frase: “¡Me cago en Dios y en un barco lleno de ostias!”. Así lo imagino hoy.
Y luego un insulto dedicado al bohemio que le escribe estas líneas, mientras en la ciudad es 2016 y cae la madrugada.
Y luego un insulto dedicado al bohemio que le escribe estas líneas, mientras en la ciudad es 2016 y cae la madrugada.
2 comentarios:
excelente. AL fin alguien le da vida a este blog.
Me encantó ! El sentimiento celeste se nota en el tono melancólico de la nota, muy bien lograda... Un abrazo al autor Pablo Ivan.
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